miércoles, 10 de agosto de 2011

Escarcha (I)


Esta noche tengo el corazón en el infierno, como dice la canción. O eso me gustaría creer. Al menos el infierno arde. Al menos allí sentiría un dolor cierto y preciso. Un dolor tangible. Al menos, bajo los pies de Lucifer, el fuego consumiría mis pensamientos y angustias.

Pero no es así. Por mucho que yo quiera; no es así.

En lugar de encontrarme medio devorado entre las fauces del demonio, me hallo casi adormecido entre las sábanas de lino tintado de mi cama. O, más precisamente, de una cama. Cada noche dudo más que sea la mía.

Con cada sol que se pone me siento un poco más ajeno a este lecho. Llegará el día, supongo, en el que me convierta en un completo extraño. En un extranjero incapaz de hablar su mismo idioma. Temo a ese día más que a nada en este mundo.

“Esta cama y sus esquinas. Se hace grande. Extremadamente grande. Consecuentemente fría”

Giro la cabeza sobre mi magnífica (y carísima) almohada de plumas. La veo. A mi lado. Como siempre. A dos mil kilómetros de aquí. Como siempre. A dos mil kilómetros de mí.

Cierro los ojos e inspiro: Cereza, miel, lavanda, azúcar, caramelo, chocolate, tierra húmeda, selva, verano, hojas de otoño, rosas, vino, almendras…

Un sinfín de olores. Cada uno mejor y más envolvente que el anterior. Clara siempre ha tenido la costumbre de usar perfume para todo. Incluso para ir a dormir. Esta noche no es una excepción. El aroma dulzón que desprende su cuello me consume. Me hace perder la noción de la realidad. Me desconcentra. Por un momento, así tal como estamos, pareciera que todo va bien. Que las promesas que una vez hicimos, siguieran en pie. (Risa amarga) Nada más lejos.

Me levanto. Salgo de la cama. Agito la cabeza.

Clara sigue ahí. Dormida. Irradiando una tranquilidad casi abrumadora. Casi cierta.

El lino negro cubre la mitad inferior de su cuerpo. Desde los pies hasta su preciosa y delicada cintura, las sábanas se pegan a ella. Acentúan y marcan su silueta. Torneada. Firme. Dulce. Perfecta.

Tan sinuosa como agradable. Tan lejana. Tan intangible. Tan Clarisse d’Autrefois…

Permito que mis ojos vaguen por sus formas. Me dejo perder en ellas.

Más allá de la cintura, un camisón de seda azul oscuro hace las veces de cortina. Cubre casi con sorna la mitad de su vientre y sus pechos. Dejando entrever el canal que los separa. Dejando apenas percibir las dos curvas perfectas que los crean.

Dos pequeñísimos tirantes, también de seda, recogen el conjunto sobre unos hombros lisos y lechosos.

Todo es tan perfecto en este momento…

Todo se acerca tanto al principio… Cuando ella estaba cerca… Cuando el sol iluminaba mis pasos y arrancaba destellos de su pequeña sonrisa. Cuando lo peor de vernos era que implicaba madrugar…

Cuando era Clara, no Clarisse…


Eric Levau


No hay comentarios:

Publicar un comentario